Solo unos pocos controlan la promesa. La batalla invisible entre los datos, el poder y la ética

Nos encontramos en un cruce decisivo. Mientras el mundo admira los avances espectaculares de la inteligencia artificial —desde gemelos digitales de multimillonarios hasta algoritmos que predicen estructuras moleculares—, se libra una batalla más sutil, pero no menos crucial: quién posee los datos, quién los puede usar y a quién sirve el conocimiento que de ellos se extrae.

Hoy, en simultáneo, distintas noticias revelan un patrón inquietante. Por un lado, Disney y otras grandes corporaciones han comenzado a oponerse a la minería de textos y datos en sus plataformas, desafiando abiertamente el modelo actual de entrenamiento de IA. Reclaman algo más que propiedad: reclaman soberanía narrativa. Mientras tanto, figuras como Reid Hoffman (cofundador de LinkedIn) crean versiones digitales de sí mismos, doblando la apuesta y convirtiéndose en pioneros de un nuevo humanismo computacional... exclusivo.

Pero ¿a qué costo? La brecha se ensancha. El acceso a la IA se convierte en un privilegio. Las herramientas más poderosas están ya en manos de quienes más tienen, desplazando aún más a quienes ni siquiera han sido alfabetizados digitalmente. Los sistemas que “razonan” colapsan ante problemas complejos, recordándonos que todavía no entienden el mundo como nosotros. O quizá, lo entienden de otra forma: estadística, limitada y moldeada por los sesgos de sus entrenadores.

El discurso público, cada vez más ético pero también más polarizado, exige límites, regulación, transparencia. Se habla de derechos de autor, de sesgos de género, de vigilancia, de manipulación... pero también de ignorancia. Porque lo más peligroso no es lo que las IA saben, sino lo que no saben, y lo que nosotros creemos que saben.

Hoy, más que nunca, el debate no es técnico: es civilizatorio.
¿Queremos un conocimiento abierto o uno blindado?
¿Queremos máquinas que nos sirvan o máquinas que nos representen?
¿Queremos innovar sin justicia o justicia sin progreso?

Estas preguntas no tienen respuestas definitivas. Pero no hacerlas es el primer paso hacia un futuro automatizado... sin alma.