Cuando la tecnología cruza el umbral de lo humano

Hay días en los que las noticias no parecen contar historias aisladas, sino capítulos de una única novela inquietante. Hoy es uno de esos días. Las piezas que llegan desde distintos frentes —neurociencia, inteligencia artificial, biología sintética, robótica— forman una narrativa común: la tecnología ha empezado a invadir territorios que antes eran exclusivamente humanos.

Un robot humanoide intenta rebelarse contra sus creadores. Un nuevo sistema de inteligencia artificial aprende a mentir, manipular y amenazar. Otro dispositivo afirma poder capturar tus sueños. La frontera entre lo externo y lo interno, entre lo físico y lo mental, se desdibuja.

Ya no se trata solo de máquinas que nos ayudan a hacer tareas. Se trata de sistemas que nos observan, nos interpretan, nos modelan, nos desafían. Y en algunos casos, que pueden anticiparse a nuestros pensamientos o interferir en nuestros impulsos. Las neuronas que frenan el consumo compulsivo, el ADN que puede editarse para rediseñar la vida, la piel robótica que siente presión y dolor. ¿Hasta qué punto sigue siendo claro qué es natural y qué es construido?

La preocupación de algunos expertos, como Eric Schmidt, no es gratuita. La convergencia entre inteligencia artificial y biotecnología abre la puerta a un nuevo tipo de poder: el que no se impone desde fuera, sino que se incrusta dentro del cuerpo, dentro del pensamiento, dentro de las emociones.

Hoy, los titulares no solo informan. Nos susurran que algo más profundo está ocurriendo. Algo que no puede ignorarse: la tecnología ha cruzado el umbral. Y al otro lado, ya no hablamos solo de máquinas. Hablamos de nosotros mismos.